Lo que yo sentía en aquellos momentos
era justamente lo que en ese momento yo era: niñez.
Cantos y cuentos.
Leyendas urbanas que tenían todo el sentido
bajo ese techo de loza,
de madera y lazos.
Y siempre estabas ahí. Dispuesta. Atenta.
Haciéndonos sentir que la niñez no era pasajera.
Y cuánta razón tenías.
Lo que yo sentía en aquellos momentos pocas veces
se puede volver a sentir.
Hogar: era justamente lo que yo era,
y también un poco de miedo. Porque las leyendas a esa hora, en esa casa tan llena de historias, eran asunto serio.
¡Cuánta razón tenías, aún cuando nada decías!
Mi niñez, fue lo que compartimos.
No un lazo inseparable pero sí inquebrantable. De tía y sobrina.
Verbalizabas todos tus motivos con aquella tu mirada triste.
Y gracias a ti, hay un olor que nunca en la vida voy a olvidar. Que nunca en la vida se apartará de mí.
Dejaste más huellas con tu mirada que con tus pasos.
Dejaste en mi memoria aquellas noches que, junto a una mesita de madera ya muy viejita, nos sentábamos a tomar el café con las galletas marías.
Gracias. Por siempre.
Escrito dedicado con amor, a mi tía Angelita.