En la imagen de sus manos caben muchas otras manos.
Aquellas que sostuvo cuando una amiga pidió su ayuda,
la que apresuró para alejar a alguien del peligro.
Aquellas manos que mantuvo cálidas cuando un familiar perdió a un ser irreemplazable.
Sus manos son como puertas abiertas.
A veces se empuñaron porque tuvo que contener ese coraje que no le dejaron gritar.
A veces le temblaron y congelaron porque sus ojos no soportaron ver tanto dolor,
o tanta tristeza, y sus manos fueron sostén de sus emociones.
En sus manos habita una quemadura de una cena navideña.
En sus manos corrieron ríos de vida. Dieron vida y las edificó.
Sus manos blancas delatan manchas de sol y venas pronunciadas,
los mapas biográficos de todos los novios de su juventud.
Tener sus manos,
y volver a sus manos, es volver al inicio de todo.
Mira tus manos, abuela
y mira cómo susurran palabras de amor desde la tierra hasta los oídos del cielo.